jueves, 31 de mayo de 2012

La verdad es que todo me recuerda a vos. No es un texto, o una canción, un perfume, un lugar. No. El silencio también. El ocio más. Es un lindo día y pienso en vos. Hace frío y pienso en tu abrigo. Salgo y pienso si te encontraré. Bailo al ronronear de una canción y recuerdo aquel juego del vaivén hipnotizante de nuestros cuerpos.
Te veo y no soy yo, soy un avestruz con la cabeza en una pecera. No escucho, no entiendo, no sé qué decir, no transmito nada. Salvo raras ocasiones en que me ilumino y al menos te dejo en claro que estás en mi cabeza más que el salir del sol.
Pero no está bien. No quiero más a quien duda, quien no sabe nada nunca, que me ignora, me ignora y atiende a la vez, quien diga una cosa y haga otra, que le tenga miedo a todo, que no le guste pasarla bien, que no dé un paso ni para atrás, a quien no arriesgue nada (como si tuviera algo). Me pego a eso, como imán, todo el tiempo. Es cierto que lo bueno es que así el tiempo para pensar sobra. Sin definiciones. Y además puedo soñar, todo es imaginación, fantasía, vuelo. Pero quisiera saber cuándo parar de esperar, parar de intentar, saber cuándo lo que dio es todo lo que daría.
Y confieso que tu habilidad para embaucarme, para tenerme en vilo, me causa admiración. Se me hace otro signo de inteligencia y me atrapa más.
Odio que seas así, y me seduce a la vez. Creo cada vez más firmemente que el masoquismo es otra de mis predilecciones.

abril veintedoce

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