jueves, 10 de marzo de 2011

(intitulado) El olor de tu casa

Tu casa y su perfume tan...infinito. Esa sensación de que alguien te invade aunque no esté y aunque una sea la que entra al hogar del otro. Te invade los sentidos y te inunda de recuerdos, que llenan cada poro y cada etapa. El cuerpo y el tiempo, separados; y en un todo a la vez. Con esa mezcla aromática de maderas quemadas trepando a mi nariz; y esa incipiente humedad y el fresco tan típico de esas construcciones que se me pega a la piel, como hace un viejo gato que nos reconoce. ¿Hace falta decir más? Sí por la nostalgia, que a veces, cuando puedo, dejo correr. Ella me lleva, arrastrada de la mano, a ese lugar donde vos lo hacías igual; invitándome al juego, al escondite, a la travesura. Con tus ojos grandes que se cerraban sólo para detenernos y oler el perfume de los árboles. Eucaliptus. Y otros, cuyos nombres no recuerdo. Para oir el crujido de las hojas secas que pisábamos y volver a abrirlos para buscarle formas a las nubes. Después me lleva a infinitos diálogos, risas, miedos, sueños, y algunas fotos mentales de nuestras manos entrelazadas. Por necesidad, por curiosidad, por confianza, porque sí. Había que. Hasta ahí. ¿Y sabés qué sé? Que donde quiera que estés, estás haciendo lo mismo, con tus ojos grandes mirando el cielo; y alguna que otra noche como ésta recordando el contacto tibio de aquellas manos. Estarás oliendo un paisaje, nutriéndote de los suelos extraños, admirando el brillo de lo no conocido. Buscando quizás algo que ya tenés dentro, algo que ya conocés. O quizás no, simplemente transcurrís en otra travesía, esquivando el momento de unirte a este (tu) paisaje, tan cotidiano y mío.