viernes, 23 de agosto de 2013

Liniers

viernes, 9 de agosto de 2013

Colectivo

Sintió un roce frío en la mejilla, abrió de a poco los ojos y lo primero fue sentir con el cuerpo ese oleaje, ese movimiento involuntario: aún estaba en aquel colectivo. Al volver un poco más a esta realidad, lo vio, de pie, a su lado, derrochando luz en esa sonrisa que tantas veces la dejó sin palabras. Esta vez las de él iniciaron el diálogo, mientras se sentaba en el asiento vacío a su lado: "No te vayas a pasar". De inmediato sonrió ella tímidamente, aunque luego cambió el tono de su mirada: "Hola, no, sí... gracias. Uy, qué loco, estaba como soñando con..." "¿Con qué?"-preguntó él, tras la breve pausa que ella introdujo en ese saludo somnoliento. "Nada, una pavada, ¿vos cómo estás, qué hacés? ¿A dónde estás yendo?" Él se rió, le acarició la mejilla de nuevo, con ese frío que previamente la había sacado de lo onírico: "Que suavecita, parecías un bebé durmiendo"- deslizó casual, y sonrió nuevamente. Ella sintió algo de vergüenza pero también se estremeció, quiso acurrucarse en su hombro. Pero no lo hizo, venció el deseo y esa modorra que muestran los gatos cuando uno los despierta con una caricia, se estiran y luego vuelven a enrollarse en sí mismos al compás de un ronroneo cadencioso. "Tenés la mano fría"- le dijo."Y, con este frío... ¿vos no?"-contestó él, y, para sacarse la duda, le tomó la mano suave pero decididamente. Ella notó la diferencia con la tibieza de las suyas y decidió tomarlo de ambas. Cobijó sus manos en las de ella y las fregó despacio, como espontáneamente, prometiéndole que en dos minutos estarían mejor. Él agradeció y se quedó quieto, tanto que olvidó decir palabra alguna, como para forzar esos diálogos que evitan silencios incómodos. "¿No me vas a decir qué estabas soñando?"- esbozó finalmente. Ella le confesó que con alguien, algo extraño, como un laberinto en el que veía a esa persona pero de pronto desaparecía. "Mucho más no tengo para decirte"- se excusó. "Qué raro, yo a veces sueño también con cosas que se me escabullen, o se alejan y se acercan, pero cuando las tengo al lado me invade una culpa enorme que me impide agarrarlas"- agregó él. "¿Culpa por qué?"- dijo ella, curiosa. "No sé... porque no está bien, ¿viste cuando sabés que no está bien pero no podés evitarlo, y cuando lo evitás sólo pensás en eso? Y lo deseás y por momento pensás que no podrías desear nada tanto como deseás eso en ese instante..." Las manos de ella hace unos minutos ya habían cesado de entibiar las de él y las había alejado, un poco (como quien se ve descubierto en algo que no debería estar haciendo), pero sin perder del todo el contacto. "¿Sabés lo que te digo?"- inquirió él en voz baja, con una mirada seria, cómplice, al tiempo que deslizó por los dedos de ella los suyos, hasta que sus palmas se encontraron. Ella no podía creerlo, el tiempo se suspendió en ese momento, mil imágenes pasaron por su mente: en todas estaba él, esa alegría de cada encuentro casual, la tensión, la adrenalina, ese recuerdo culposo y embarrado que atacaba por las noches. Nunca creyó realmente que esto pasaría, sus sospechas no eran tan firmes como para asegurar este destino, este desenlace, o más bien comienzo, comienzo de un  derrumbe. Sin embargo se sentía tan natural, tan evidente de pronto, que se relajó, aflojó la tensión de sus hombros, bajó la vista con una sonrisa contradictoriamente triste y decidió abrir los ojos para disfrutarlo. Los abrió, del todo, y sí, efectivamente se había pasado. Diez cuadras. El asiento seguía vacío, sus manos seguían tibias y nada se había derrumbado. Por ahora.