miércoles, 28 de julio de 2010

(con "licencias poéticas")

No puedo extirparte. Me indigno. Inútilmente. No puedo. Quiero lavarme las venas y arrancarte de mi sangre. Depurar. No hay otra manera de relacionarme con tu recuerdo. Porque azota con un látigo de nostalgia cada vez que nimiedades de la realidad te acercan a mi mente. ¿Por qué? ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cuánto más tengo que esperar? ¿Cuántas más apariciones que me remiten a vos? El cariño se me envenena porque, además de tu obscena actitud, el mundo conspira a favor de tu maldición. Esa maldición de no tenerte, ni verte, menos olvidarte, u odiarte. Sólo pido que me dejes en paz. Hacelo como quieras pero hacelo. ¿Qué es mejor? Ya esperé pasivamente. Ya actué. Ya pensé. Ya sentí. Y me dispuse a volver a hacerlo sin vos. Pero no me dejás en paz. Ni volvés. Ni te importa. Nada.

Basta. Bórrense los fantasmas. Qué un día despierte y no recuerde quién sos. Que no piense en nada al leer casualmente tu nombre en un cartel. Que no me suene conocida la calle de tu casa. Que no imagine encuentros ficticios en la estación. Que ciertos objetos de aquí sean sólo eso y no reminiscencias de tu incidencia. Que los lugares que recorrimos pierdan ese aire de familiaridad cuando yo paso. Que no me reconozca ninguno de tus amigos. Que no me hablen de vos todas las películas que nos quedaron por ver, toda la música que compartimos. Que no me griten los libros que sé que leíste. Que se callen mis sueños. Que se duerman estas páginas.

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