jueves, 22 de marzo de 2012

postales

Tres nenes en un subte, descalzos. Una es más grande, distante en su silencio, pero presente. Con el rostro en pleno esfuerzo inútil por ocultar pesares. Dos más pequeños, juegan, hablan con palabras que no entiendo. Ahí, sin más posesiones que dos galletitas en un paquete que duró muy poco. Tan naturales, sin miedo a nada. Se encuentran con otro que acaba de subir. Todo les puede pasar. Y ellos son ellos, como sea, con lo que tengan, donde sea. Se defienden de los juegos burlones del recién llegado. La más grande parece despertar. El visitante observa la herida en la cabeza rapada del pequeño que está sentado frente a él. La herida es una anécdota más, que ignora con sonrisas casi seductoras, con lo cual me confunde. "Es un nene hermoso y tiene gestos extraños, como que no van"-pienso. Por supuesto: reparo en detalles de su ropa y las uñitas con restos de esmalte: es una nena. Es una nena con la cabeza rapada, de seis años, sola, sucia y hermosa, jugando.
Me dio tanta vergüenza que quise llorar. Pero llorar era más indigno aún. Prefiero aprender, y dejarme curar. Para empezar.

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