viernes, 30 de marzo de 2012

Apretás los dientes, no sea que te equivoques. Evitás la mirada, porque quizás de nuevo te salga mal. ¿Qué hay ahí? Inseguridad. Exigencia. ¿Cuánto te decepcionaría arruinarlo todo de nuevo? ¿Cuánto más tenderías a arruinarlo si pensás que lo vas a arruinar?
El miedo esconde deseo, dicen. La mirada está cargada, y parece de indiferencia, o disgusto. Y en realidad tiene miles de palabras, pero que no salen porque es deseo contenido, que no querés soltar. Porque no es claro, porque no va con tu cabeza, porque lo querés moldear. 
Ella te acepta. Te entiende. Pero te enfrenta esa mirada. Quiere devorarla. No piensa, reacciona ante lo que ella le provoca. Te clava los ojos. Y otra vez te acariciás el mentón, mirás al costado, lejos, como si sólo viendo un punto a la distancia pudieras llegar ahí, deshacerte de ese momento. No va a cambiar. No te vas a ir, ni te vas a quedar. Vas a vivir siempre detrás de esa cortina que no se abre a la incertidumbre. 
Ella te observa, como corrés, espiás, y ves a trasluz de la cortina. Hasta que un día ella se canse, y ésta te tape por completo, comiendo todo reflejo de vos.

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