No ignoro que en realidad todxs estamos solxs. Pero la
familia, la “nuclear” supongo que debe ser un colchoncito importante donde
recostarse. Y a veces me entristece bastante pensar que en mi vida no existe, o
me quedo sin formas de intentar crear esa estructura, llenar ese espacio, con
lo más similar a una familia que puedo. No es que no los sienta cerca, pero
somos todos “individuos”, como átomos. Y la partida de mi abuela quizás ahondó
más ese abismo. Perdimos uno de esos “momentos familiares” que persistían. Eso me
entristece también.
Igualmente sé que estamos, desperdigados pero estamos; y que
nunca es tarde para encontrar la forma de juntar un poco las piezas del
rompecabezas, supongo. Están los recuerdos, tiernos, gastados, amorosos. Y está
la familia de la que me voy rodeando, la que hacemos con el amor, con la
construcción cotidiana de afectos no sanguíneos.
Me sorprendo a mí
misma evocando valores que siempre combatí, al menos instituciones, como la “FAMILIA”.
Por considerarla un nido de hipocresías, desgracias, desencuentros,
infelicidad.
Hoy sé que quizás la mía sólo era así, o el vínculo que la
generó, y que oponerse a la hipocresía o a la ceguera del acostumbramiento no
tiene que significar oponerse al amor, a la voluntad, a la construcción con
alegría pero sin necedad, relajando tensiones y ansiedades aún con la seguridad
de que reina la incertidumbre del futuro.
Hoy hasta me parece menos tonto el matrimonio; ya no es lo que
era, por un lado, ya no son necesariamente cadenas pesadas. Puedo ver el
costado humano, natural, de sentir la necesidad de una ficción, la ficción de
seguridad y eternidad. Lo entiendo, y con el corazón, no sólo con la cabeza.
Hoy aplaudo que cada unx forje el camino que necesite,
porque entiendo muchas cosas como humanas, ya no me creo “diferente” en ese
sentido. Y creo válidas las formas que cada unx le dé a su ficción, creo en
soltar, en cuestionar nuestros moldes, creo en intentar ser feliz.