Antes el amor quería ser perfecto. La carrera amorosa
terminaba en la consagración de lo impoluto, indoloro, brillante. Eran pedazos
de arrebato intermitente, fuertes como una ráfaga de tormenta, que a su paso
deja una suave brisa, sin frío, sin calor. Y uno tras otro se repetían, esos
fragmentos de pasiones, alimentados de una incólume soberana expectativa. Sin embargo,
difícilmente salían las personas detrás de los personajes, difícilmente dejaba
a un lado la idea teleológica del asunto.
Hoy puedo sentir lo bueno con lo malo, la comodidad dentro
de lo imperfecto. Hoy me permito necesitarte. Hoy sé que te elijo y transito
algo incierto con vos; y esa es toda la felicidad que se requiere tener. Hoy me
conecto con vos sin palabras, y decís siempre primero lo que estoy pensando. No
es magia, no es destino, no está mal ni bien, ni significa nada ni es eterno. Es
sólo lo natural de nuestro encuentro y la disposición a escucharnos en cada
momento, por momentos. Instantes que envuelven nuestros cuerpos, donde nos
sentimos protegidos, amados, lejos de la soledad, una masa armónica en el
universo.
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